Sémele recibía a Zeus secretamente en sus habitaciones. Recelosa Hera, esposa de Zeus, tomó forma de la vieja Béroe, nodriza de Sémele y acudió junto a ella. Intentó convencerla de que abandonara su relación con Zeus, pero al no conseguirlo decidió castigar a la atrevida amante de su esposo. Para ello empezó a decirle que su amante no era Zeus, sino un hombre corriente que se aprovechaba de su ingenuidad, que le pidiera alguna prueba de su divinidad. Dicho esto, se levanta de su trono y oculta por una dorada nube llega al umbral de Sémele; y no alejó la nube hasta que tomó la apariencia de una vieja. Se puso canas en las sienes, surcó de arrugas su piel, arrastró su encorvado cuerpo con tambaleantes pasos, puso también voz cascada, y era Béroe en persona, la nodriza epidaura de Sémele. Convencida por fin, Sémele pidió a Zeus que le demostrara su poder, y éste, encantado porque Sémele iba a darle un hijo, le prometió concederle cuanto le pidiera; ella, aleccionada por Hera, le pidió que se le apareciera con todo su esplendor. Aunque Zeus intentó convencerla de que pidiera otra cosa, ella no quiso y Zeus tuvo que cumplir. Al aparecer en todo su esplendor de dios, los rayos que despedía abrasaron a Sémele. Hermes arrancó del vientre de Sémele al hijo nonato y lo cosió al muslo de Zeus. Varios meses después nació el niño, llamado Dioniso (‘dos veces nacido’) y también Diméter (‘el de dos madres’).
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